La magia del pasado, la vitalidad del presente y la maravilla del futuro conviven ampliamente en un sólo sitio: Francia. Es posible que esa armonía, que mantiene unidas a ciudades ancestrales con espacios que se mueven en el más avanzado desarrollo tecnológico, sea producto de un carácter que identifica al francés: el de aquellos que son capaces de sustraerse a la realidad, sin perderla de vista; porque finalmente, lo que hace a Francia un sitio de ensueño no son sus hermosos paisajes, sus modernas ciudades o sus avances científicos, sino esa capacidad de sus habitantes para ver más allá de lo que otros miran, de sentir la vida en su espléndida ensoñación y extraviarse en los deleites que ella brinda, sin el vértigo que produce el quitar los pies de la tierra. Francia está cubierta por valles, cuencas fluviales y zonas montañosas que varían de una región a otra. Goza de un paisaje excepcional en el que se entremezclan los colores cálidos de la tierra y el sol, los tonos ocres y oscuros de las montañas, los azules del agua y los grises del cielo. Predominan en Francia las llanuras, bajas mesetas y colinas, que ocupan las dos terceras partes del territorio, y pueden distinguirse tres grandes conjuntos regionales dispuestos alrededor de un centro de dispersión de aguas que es el Macizo Central: el norte con la Cuenca de París, las llanuras del Norte y las Montañas Medias; el suroeste y oeste con la Cuenca de Aquitania y la zona de mesetas y colinas; y al sur y sureste con las grandes montañas alpinas y la zona mediterránea.